miércoles, 31 de diciembre de 2008

Descubriendo

Durante un año de mi vida corrí suerte de ser estudiante de oposiciones. Ese período no duró más, aparte de porque encontré trabajo, porque resulta que no tengo vocación de animal enjaulado.


Pero durante esos doce meses que casi acaban con mi paciencia y mi cordura, tenía siempre una solución para ese momento en que sentía que las paredes de la casa se abatían sobre mí y, que si me pasaba aunque fuera un minuto más encerrada estudiando, todas las frustraciones acumulados en mi interior saldrían a toda velocidad en forma de chillido ultrasónico que eliminaría para siempre toda vida en el planeta...


Y ésa solución era, tan sólo, salir a dar un paseo; cuánto más largo fuese éste, mejor. A veces quedaba con amigos/as, a veces hacía algún recado, otras simplemente caminaba… pero fuera cómo fuese, siempre había un punto de obligada visita; un punto sin el cual sentía, de alguna forma, que mi salida no era completa; era como la pequeña bombona de oxígeno que alimentaba mi espíritu cuando éste no tenía más remedio que huir en busca de auxilio.



No quisiera pecar de chovinista, pero a pesar de haber visitado bastantes lugares hermosos a lo largo de mi vida, pocos logran emocionarme como éste lo hace; pocos consiguen, como éste, dejarme sin respiración, agarrada a los barrotes de la verja hasta casi incrustar la cara entre ellos, los ojos perdidos en quién sabe qué universo inexistente en ningún lugar salvo en la soñadora morada de mi interior, de los recuerdos que aún no tengo, del pasado que alguna vez me gustaría recordar.


Todavía hoy no podría expresar lo que siento al contemplar, una y otra vez, esta vista. Al pasear la mirada por las molduras góticas, es cómo si escuchara la música que siempre me hubiera gustado componer si hubiera tenido el talento necesario; como si leyera los más bellos poemas, los pasajes más emocionantes de cualquier novela, de cualquier película. Como si toda esa belleza no estuviera simplemente allí, rodeando la puerta de una catedral, sino que pudiera formar parte de la vida cotidiana, de todos nosotros… y mis ojos, tan sólo con apreciarla, pudiera salvarla, igual que si fuera un polluelo caído del nido y destinado a morir sin una mano que lo alimente.


Sin ser del todo consciente, descubría por primera vez que el arte no tenía sentido sin almas que supieran apreciarlo; y también que, gracias al arte, podía existir una vida mejor que la vida misma, que no esté hecha sólo de los sinsabores y decepciones del día a día; también, por qué no, un ser humano digno de considerarse distinto de las demás especies, y capaz de hacer algo más que aniquilar a sus semejantes…


Otro de mis últimos pensamientos al abandonar a regañadientes aquel lugar – e igual que los anteriores, unos días era más consciente que otros – era siempre… “Así debería ser el Amor”


Y es que, al menos en mi caso, puedo decir que siempre distingo ese sentimiento de muchos otros, tales como el cariño, la simpatía, la afinidad intelectual, o el simple y puro deseo que tanto puede llegar a confundirnos… por la capacidad de emocionarme que tenga la persona en cuestión, de hacerme sentir que la vida merece la pena ser vivida, a pesar de sus horrores, tan sólo por los destellos de belleza que nos brinda. Y, al mismo tiempo, la capacidad de hacerme querer ser mejor, de esforzarme en salvar esa belleza que late invisible en cada átomo de aire que respiramos, en hacer que ese polluelo crezca hasta ser capaz de llegar a lo más alto, donde ninguno de nosotros podemos llegar salvo cuando nuestro espíritu siente ganas de escapar y de huir de la realidad, de esas cuatro paredes que lo encierran.


A día de hoy, muy pocas personas han sido capaces de despertar en mí esa sensación. En algunos casos relaciones fallidas, y en uno en concreto, ni siquiera eso, sino más bien el amor imposible, no consumado más que en la imaginación, que todos en algún momento tenemos, pero no piensen que me gusta tenerlo… simplemente no podía ser; tal vez en otras coordenadas de tiempo y espacio…


Sin embargo, yo sigo esperando. Hay tanta belleza en este mundo esperando a ser descubierta, que me parece imposible que un día no venga a mí una porción de esa belleza en forma humana… y me inspire cómo nada más podría hacerlo.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Mi noche de estrellas


Una vez alguién me dijo… no recuerdo quién, una de tantas voces en mi pasado… que si te escapas de puntillas al aire libre en una noche despejada, miras al cielo y, escogiendo una estrella de entre tantas que lo salpican, le pides un deseo, es tan seguro como que la noche sigue al día que te será concedido.


Y yo lo creo, lo creo sinceramente. Al fin y al cabo, los cuerpos celestes no se ven contagiados por los temores, las envidias y las miserias que hacen a nuestra especie conceder y negar los favores a capricho de las emociones del momento. Son seres acostumbrados no a existir, sino a ser; no a lo efímero de la vida tal y como nosotros la conocemos, sino a la magnificencia del Universo, donde la constancia y el equilibrio rigen sus propias coordenadas y los suspiros se miden por eternidades. Por tanto, bien pueden permitirse mostrarse benevolentes con esos mortales que viven, aman, se pelean y crean y destruyen civilizaciones enteras en el tiempo que ellas tardan en dar una vuelta a su órbita.


Así pues, me dispongo a pedir un deseo en esta noche estrellada. Y, sin embargo, son tantas las cosas que he deseado, y de las que luego me he retractado, a lo largo de mi vida… ¿qué podría pedir yo ahora, segura de que no me arrepentiré poco más adelante y maldeciré la hora en que se me ocurrió salir a la noche a pescar estrellas (¡y con el frío que hace, además!)?


Quizá mi único deseo, ahora, es desear; y agarrar mis verdaderos deseos, fuerte, con ambas manos, sin miedo a intentar conseguirlos, segura de no fallar… de que si los desoigo, me habré resignado, una vez más y perdida en mil embrollos de los que ni siquiera sé por qué me importan, a sobrevivir en vez de a vivir.


Sí, eso quiero, vivir de verdad, no fingiendo que vivo, dejando simplemente pasar los días; no a tientas o a media voz. No como si tuviera miedo de que los demás se dieran cuenta y me reprendieran por ello. Debo hacerlo, ya que lo único cierto es que un día moriré, haya sacado o no provecho de mi existencia. Entonces de nada servirá que me arrepienta de los besos que no di, de los sueños que dejé pasar, de todas las veces en que ví llegar mi oportunidad y no dí un salto al vacío por miedo a caer… de todas las veces que me preocupé por asuntos sin importancia, por un futuro que llegará de todas formas, por minucias que no me han regalado ni un minuto de felicidad.


Deseo los deseos que gritan en mi interior desesperados, los que existen dentro de mí desde mucho antes de que supiera ponerlos en palabras. Aquellos que forman parte de mí tanto como puedan hacerlo mis entrañas, mis pulmones o mi corazón. No quiero por más tiempo los que la vida me ha enseñado a desear, los que a todos se nos ha enseñado que son correctos. Ésos que nos prometen felicidad y seguridad a cambio de una vida entera con prisas, con estrés, haciéndonos daño los unos a los otros y sin sentir nunca un asomo de emoción verdadera. Cuando creemos, finalmente, que tenemos en nuestras manos estos deseos de plástico, de pacotilla, se escurren como polvo entre nuestros dedos, sin que nadie sepa nunca dónde quedaron. No quiero más espejismos de felicidad material, de supuesto triunfo, de poder… siento que la dicha verdadera está a mi alcance y al de todos, más cerca de lo que creemos si no lleváramos tantas vendas en nuestros ojos, tejidas de prejuicios acumulados a base de los años.


Deseo ser yo misma, no la persona que espero ser, ni la que los demás esperan que sea… ni mucho menos la que durante tanto tiempo he esperado ver reflejada en los ojos de quiénes me miraban. De forma estúpida he esperado que otros me vieran cuando yo he sido siempre la primera en estar ciega a lo que guardo en mi interior…


Deseo que todo cambie en cuanto a mi forma de ver lo que me rodea, y a la vez, ser más auténtica que nunca con respecto a lo que se encuentra dentro de mí; tener el valor de mostrarlo, de poner en práctica las promesas que esperan pacientes en el fondo de mis pupilas.


Deseo salir al mundo como si me esperara una vida nueva, una vida que, sin haber cambiado, siempre haya sido como yo la soñé. Deseo que hoy sea el fin del ayer… el comienzo de todo.



¿Sería eso posible, mi querida estrella?

sábado, 26 de abril de 2008

Dama Imperecedera


He descubierto que la soledad es menos soledad… cuando admites que lo es… incluso aunque estés acompañada.


Cuando la aceptas como tal, tienes el valor de mirarla directamente a los ojos y descubres que no es tan horrible ni tan mala como en tus pesadillas la imaginabas… simplemente se encuentra triste y fuera de lugar; una paria en un mundo que no le corresponde… igual que tú.


Y empiezas a asimilarla, a comprenderla, y a comprender que forma parte de la vida, que a veces será la única en la que puedas confiar… así como otras, muchas veces, la perderás de vista o incluso puede ser que llegues a extrañarla; siendo como es la vida un ciclo que regresa incesantemente al punto desde donde partió, una melodía recurrente e infinita, que como el propio adjetivo indica, nunca termina… hasta que todo termina.


Asímismo, tal y como ocurre a todos los seres vivientes, esta oscura y pensativa Dama Soledad no siempre muestra de sí la misma cara, sino que tiende a tornarse cambiante y voluble, de tal forma que nunca llegas a conocerla del todo. Aún cuando creías que ya sabías todo lo que tenías que saber de ella…


No tiene por qué ser patética la Soledad, ni miserable, ni una señal de fracaso vital. En estos días he comprobado que la Soledad es, aunque pueda parecer una paradoja (y he de decir que ojalá, porque me encantan) curiosa y juguetona; de hecho puede ser y comportarse como nosotros queramos; puede ser escogida o impuesta… y aún dentro de estas dos premisas, también puede ser iracunda, amable, brutalmente deseperanzadora… o dulcemente irónica.


Y lo que es más… puede ser infinitamente orgullosa. Hasta el punto de hacer pagar con su misma moneda a aquellos que la han despreciado, hasta el punto de perdonar, pero no olvidar, quienes permitieron a sabiendas que siguiera siendo la que es hoy en día. Pues bien, hasta tal punto llega la clase y el amor propio de esta Dama (de alta cuna, por derecho de sangre; todos saben que desciende directamente de la Mezquindad y la Incomprensión) que, de ahora en adelante, también se encuentra orgullosa de sí misma; orgullosa a más no poder, de su alma amante y soñadora, donde los rayos de luz a veces arremolinan de forma cálida y anhelante las motas de polvo que se acumulan en su interior; pues, aunque joven, ésta es antigua y sabia como las montañas, como las religiones paganas ancestrales; diría que es, de hecho, como esas entrañables figuritas de escayola que todos hemos pintado en el colegio y después espolvoreado con talco para simular en ellas la solera y la pátina del tiempo…


Así, orgullosa ha de ser la Dama Soledad, sin olvidar también que es otras muchas cosas más. De hecho, a veces aparece sin ser llamada, cuando creías que no debería estar, y descubres que te sientes sóla en mitad de una reunión de amigos; y también, a veces, cuando pensabas que nadie más te acompañaría salvo Ella, tus ojos parecen percibir una luz en mitad de la penumbra, una de esas luces que suelen arremolinar polvo, sueños y otras muchas cosas maravillosas; y notas como silenciosamente la bella Dama se aleja de ti, no sin antes obsequiarte con un beso de buenas noches…

domingo, 20 de abril de 2008

Sueños de agua de lluvia

¿Qué hacer en una lluviosa noche de sábado cuando no te apetece salir? Y, obviamente, tampoco te llaman las obligaciones cotidianas o las tareas que deberías haber realizado hace días (véase estudiar para el examen de la semana que viene...) La respuesta está clara: ver una buena película. Y así, casi por casualidad, que es realmente cómo acontecen los sucesos importantes de la vida, me tropecé en pleno zapping con una película que, curiosamente, en su día no me llamó la atención lo suficiente cómo para acercarme a las multisalas a verla. Sin embargo, esta noche, por su temática, me llamo la atención: La Joven del Agua, de M.Night Shyamalan (el director de El Sexto Sentido, por si alguien no lo sabe)

Y comprobé que, como en otras de sus películas y al margen del empeño de la industria en encasillarlo como típico cineasta de terror, este director sigue sabiendo cómo intrigar y conmover a todo aquél que, con la mente y la imaginación abiertas, se sientan frente a la pantalla dispuesto a dejar que las emociones más tristes, anhelantes y profundas que pueda albergar el alma humana jueguen con la suya propia hasta dejarla temblorosa y en carne viva...

Hacía tiempo que no veía una película que me hiciera pensar de verdad, que me pusiera la piel de gallina, que alborotara mis emociones cual bandada de pájaros asustados y me hiciera ver el mundo con otros ojos, como un lugar en que aún tuvieran cabida la magia y la esperanza. Un lugar en que varias personas cooperan por un bien común. Un lugar que aún es susceptible de cambiar para mejor...

Es cierto que la trama de por sí ya es atractiva; muchos somos los que sentimos predilección por las historias de seres mágicos y los prolegómenos de sus mundos de fantasía... sin embargo, no es eso lo que de verdad me cautivó de esta película. Creo haber dicho con anterioridad, aunque no en este blog, que me encanta, tanto en el cine como en la literatura o la música, leer entre líneas, ir más allá de lo que las simples palabras nos cuentan de forma literal. Me gusta ahondar, conectar con los personajes, empatizar y ver a través de sus ojos, adentrarme en el argumento y sentir, más que entender, los mensajes ocultos o no tan ocultos que la obra esconde.

En este caso, había infinidad de mensajes, y no todos tan crípticos que no se pudieran entrever a la primera. No es mi intención deshacer aquí el argumento de la película, ni desvelar su final; por eso, me voy a limitar a destacar los puntos que más me motivaron y emocionaron, sin dar muchos detalles (de todas formas, si alguien no la ha visto y no se quiere arriesgar, es el momento de dejar de leer; avisados quedáis)

...para empezar, la historia secreta del protagonista: un hombre en apariencia totalmente normal, e incluso diría que un poquito insulso, guardaba en su interior uno de los peores secretos que se pueden guardar. Él poseía la callada tristeza y resignación de quién ha perdido cuanto más se puede perder en esta vida y no se encuentra dispuesto a hablar de ello. Pero su dolor, seguro, debía de hacerse patente en cada paso que daba, en lo difícil que le debía de resultar llenar sus pulmones de aire para acto seguido volverlos a vaciar, una y otra vez, día tras día; en momentos tan cotidianos e hirientes como el silencio de una casa desierta, un libro de texto cubierto de polvo en un cajón, o el sonido a lo lejos de una canción infantil... Sin embargo, a lo largo de toda la historia se ve cómo seguía caminando, respirando y entrando en su apartamento vacío, porque lo único que queda por hacer ante una tragedia es seguir viviendo, aunque parezca que ya no merece la pena y ni siquiera te importe que quizás nunca vuelva a merecerla...

...el poder que adquieren en la trama los cuentos infantiles; cuentos que se transfieren de generación en generación, de cada a madre a sus hijos, y éstos a su vez a los suyos, hasta que no tenga relevancia quién inventó ese cuento. Y es que, en realidad, están tan vivos cómo las personas que los narran; cada nuevo intérprete le añade algo propio, algo de su personalidad, y a la vez elimina lo que menos le gusta. De esta manera, el relato crece y se desarrolla a la luz de una lámpara de noche, alimentado por voces maternales, con canciones de cuna y animales de peluche como compañeros de juego; se convierte, en definitiva, en un proceso dinámico e infinito; al menos, mientra se siga contando...
... y llega un día en que el cuento te encuentra a tí...

... la forma en que, ya desde el principio, nada es lo que se da a entender, y cómo de ningún modo los roles al principio de la historia coinciden con los finales. Ningún personaje es quién parece ser... quizá simplemente porque comienzan siendo lo que los demás creen que son, y terminan siendo ellos mismos, desempeñando los papeles que les han sido asignados por Destino... Esto es una gran verdad, y muy aplicable a los que durante mucho tiempo hemos creído las opiniones que los demás tenían de nosotros, hasta tal punto que llegamos a pensar que somos así en realidad, sin escuchar la voz interna que nos dice lo contrario. Hace poco precisamente me propuse no volver a caer en ese error, y esta parte de la historia viene a darme la razón. Al fin y al cabo, como dice uno de los personajes: "¿cómo saber cuál es nuestra misión de antemano?"...

... también ver cómo, dentro de una raza (aunque no sea totalmente humana) cuando nace un individuo especial llamado a realizar tareas importantes dentro de su pueblo, se le oculta su singular naturaleza el máximo tiempo posible; en teoría, esto tiene la finalidad de poner frenos a su vanidad y evitar que crezca en él el despotismo y las ansias de poder, pero en algunos casos tiene el efecto contrario al deseado, esto es, que el ser en cuestión llegue a menospreciarse y a pensar que carece de valor como individuo (¡y la realidad es justo la contraria! curioso ¿no?)...

... por último, pero no por eso menos importante, el personaje del escritor. Debe resultar estremecedor que te predigan que tu obra, en el futuro, va a inspirar a un gran líder y éste a su vez va a contribuir a modificar la conciencia de la humanidad; que, según palabras textuales, va a servir para introducir en el mundo la Semilla del Cambio... pero, por supuesto, no sin un precio que pagar por ello... y eso es algo recurrente en la historia del mundo: todos aquellos que han ido en contra de los líderes imperantes, que han luchado y han movido masas en pos de un mundo más justo y más civilizado, han acabado siendo sacrificados en nombre de sus ideales, sin llegar a ver los frutos que éstos producían. Hay multitud de ejemplos, desde Jesucristo a Mahatma Gandhi... y lo más escalofriante es que la mayoría conoce su destino de antemano... pero no parece importarles demasiado, o al menos, no lo bastante para cejar en su lucha. Definitivamente, para ser un visionario hay que estar hecho de una madera especial... una madera de un árbol que, además de genio, también tiene un poco de héroe, y de loco, y de soñador...

En fin, una película, otras tantas reflexiones... eso sí, mañana tengo que ponerme en serio; mañana SÍ que toca estudiar... deseadme suerte :)

sábado, 12 de abril de 2008

Ante el frío del invierno


Hay ocasiones en que mi espíritu se ve sobrecogido, de forma inesperada, por un sentimiento bastante significativo. Ocasiones en que siento en mis labios el acre sabor de una decepción temprana, de un desengaño al que, como mínimo, no le correspondía llegar aún. No obstante llega y, manchado de desconfianza, logra salpicarme a mí, que no buscaba otra cosa que un poco de ilusión...

Son las ocasiones en que se ve truncado un amor en ciernes que, sin embargo, termina incluso antes de haber empezado. Claro está que en estos casos la herida que deja no es ni de lejos tan profunda que la que dejaría un amor auténtico, un amor ya consolidado; pero si esta herida se encuentra además emponzoñada de mentira y desdén, una herida infecta que no da visos de pretender cerrarse sin más dejando una cicatriz limpia de amargura, corre el peligro de ir poco a poco corrompiendo tu alma sin remedio, más aún si no es la primera herida de ésta índole que has sufrido en tu vida; con lo que se hace más que conveniente cauterizarla de alguna manera, de la manera que mejor sepas, aún sin saber a priori si es la más adecuada...

Y la manera que me sugiere mi instinto de supervivencia no es otra que hibernar; sí sí, poner a hibernar mi alma, no sobresaltarla por un tiempo con emociones desmesuradas ni flechazos de pacotilla, y limitarme a permitir que sane por sí sóla, cuidar de ella, porque al fin y al cabo ¿quién va a saber hacerlo mejor que yo, su humilde portadora? ¿Quién va a saber mejor lo que necesita y lo que añora? Ya está bien por el momento de entregarla a extraños que ni siquiera la conocen ni saben apreciar su valía, y por tanto, jamás podrán quererla cómo se merece y sólo acertarán a despreciarla, dejándola maltrecha y abandonada...

Durante este tiempo, comprobaré que mi corazón tampoco reacciona como suele a los estímulos que antes le hacían saltar en mi pecho y latir a una velocidad desmesurada; y es que él, de alguna forma, también se encuentra momentáneamente vacío y seco, aunque sea simplemente para resistir los rigores de un tiempo que, en mi interior, se ha tornado inestable y tormentoso.

Sin embargo, esto no es negativo; como ya he dicho antes, se trata sólo de una medida temporal, de semanas a lo sumo. Yo sé que, dentro de mí, mi corazón se encuentra presto para, a una señal de mi mente, hidratarse y llenarse con la ilusión de la primavera que llega; y mi alma, una vez mimada y cuidada cómo ella se merece, va a resurgir con más fuerza que nunca para dar lo mejor de sí ante el mundo, ante quién realmente sea capaz de apreciarlo.

Aunque quizá no pueda evitar que quede dentro de mí un pequeño poso de amargura, un vago sentimiento de decepción ante la raza humana, y la persistente idea de que, después de todo, Hobbes tenía razón y no somos más que lobos para nosotros mismos, depredadores dispuestos a devorarnos los unos a los otros a la mínima oportunidad...

Pero no todo está perdido; por eso tengo lo que podría llamar estas "medidas cautelares"; y gracias a ellas, como se suele decir, sé que la sangre no llegará al río y no tendré que pasar por una tesitura tan desesperanzadora cómo es el tener miedo de mi propia esperanza; miedo a sentirla como mi enemiga, a que llegue un día en que tenga que sacrificarla como a un animal recién nacido, aún ciego pero lleno de vida... no, en absoluto, gracias a este periodo de hibernación podré evitar, una vez más, convertirme en uno de esos seres amargados, cínicos, que se creen por encima de las leyes humanas y se niegan a sí mismos la felicidad y el amor por creerlos inexistentes. No, demasiados hay ya que pueblan el mundo, y aunque en cierto modo no les falte razón, tampoco la poseen por completo...

En fin, que puedo dar gracias a que ni mi esperanza está muerta, ni mi corazón roto; simplemente, se encuentran a buen recaudo en un lugar cálido y seco, donde, resguardados del peligroso mundo exterior y procurando gastar lo mínimo, esperan tiempos mejores...

miércoles, 19 de marzo de 2008

Mi lugar en la Tierra




He deseado ser astronauta desde que tenía cinco años. Por aquel entonces, mi abuela todavía vivía y solíamos pasar el verano en su casita junto al mar. Por las noches, contemplábamos juntas las estrellas (estrellas así de grandes y luminosas no se podían ver en la ciudad; algo que siempre me sorprendía era pensar que en la Edad de Piedra esas mismas estrellas se podían ver desde cualquier punto del planeta; cuando no existía la rueda, y vivíamos en cavernas sin cocinar nuestros alimentos…) y mi abuela me hablaba de ellas. Andrómeda, Acuario, Casiopea… todo el infinito al alcance de la mano. Sí, eran mías, casi podía tocarlas con la punta de los dedos. Me fascinaban, y a mi abuela también. Tanto le gustaban que siete años más tarde se marchó a observarlas más de cerca; y mi dolor fue tal que deseé irme con ella… a la tierna edad de doce años, yo ya estaba segura de cual sería mi destino.

Y aún lo estaba varios años después, cuando termine la secundaria y entré en la universidad para estudiar Ingeniería Aeronaútica. En los seis años que duraría mi formación aprendería lo necesario para ser una tripulante espacial. Pero para mí, eso no era suficiente. Yo no me contentaba con ir al espacio, yo quería pilotar una nave. Y para eso necesitaba, además de la formación adecuada, experiencia de unas mil horas de vuelo. Así que me organicé un horario: por las mañanas asistiría a clase en la universidad y por la tarde a la escuela de pilotos y, posteriormente, realizaría mis prácticas de vuelo. Los fines de semana los dedicaría a estudiar. Todo eso, claro está, me supondría un esfuerzo enorme que ocuparía todas las horas de mis días y me dejaría sin vida social, personal, e incluso familiar. Pero no me importaba. Estaba borracha de ambición, y ya sólo con pensar en mi futuro me parecía que las estrellas estaban un poquito más cerca de mis ojos; e incluso juraría que las más amistosas me saludaban, reconociendo en mí a la criatura estelar, semejante a ellas, que latía en el fondo de mi alma recubierta de apariencia humana.

Estaba a mitad del segundo año de carrera cuando conocí a J*****. Nos conocimos en un accidente de tráfico (yo, ducha en el arte de pilotar aviones y hacerles dar giros imposibles en ese precario medio de sostén que es el cielo, era un auténtico desastre al mando de vehículos más convencionales, y éste era ya mi tercer accidente en lo que iba de año. No obstante, incluso cuando ya éramos inseparables, siempre insistí en que la culpa había sido suya, mientras que él hacía otro tanto). El choque tuvo lugar en una concurrida calle céntrica, sin daños humanos por fortuna, y no tuvimos reparo alguno en insultarnos y gritarnos delante de al menos ochenta personas… me temo que fue amor a primera vista. Tres semanas más tarde, nos fuimos a vivir juntos. Nos adorábamos. Él era la única persona, desde la muerte de mi abuela, a la que podía contar todo lo que se me pasaba por la cabeza: mis alegrías, mis derrotas, mis pesadillas y mis berrinches. Sin embargo, en realidad no necesitaba hacerlo, ya que él poseía una fina intuición impropia, ya no de un miembro del sexo masculino, sino de la raza humana en general; y siempre adivinaba cuando estaba preocupada, cuando algún comentario malintencionado me había herido o una sombra oscurecía mi brillante firmamento. Y en esas ocasiones en que me dormía rendida después de pasar cuatro horas dando vueltas en la cama movida por la tristeza, aprensión o el simple y puro estrés, encontraba, al despertar, una docena de margaritas (mi flor favorita) sobre mi cuerpo. Unas simples margaritas. En fin, para qué explicar más…

Pero los problemas empezaron pronto. Él no comprendía, y peor aún, no aprobaba, mi vertiginoso horario. Solía decir que si el trabajo era una forma de ganarse la vida y no encontraba tiempo para vivir fuera del trabajo, ¿de que me servía éste?. Él, que lo entendía todo, no era capaz de entender lo más simple: que, para mí, mi vida era mi trabajo, y no me importaría seguir dedicándole las veinticuatro horas del día si a cambio solo recibiera unas migajas de pan. Mientras se trató sólo de una mera preocupación por mi integridad física y mental, la cosa fue más o menos bien. Pero luego comenzó a quejarse alegando que no pasaba nunca tiempo con él. Vamos a ver, ¿cómo que no? ¡si dormíamos juntos!. Era más de lo que cualquier otra persona podía esperar de mí. Pero incluso cuando disponía de vez en cuando de una tarde libre para pasarla con él, paseando, viendo la tele o durmiendo sobre su hombro el cansancio acumulado, no le parecía suficiente. Él quería más, y más, y más. “No te preocupes”- decía yo para animarle-“cuando acabe mi carrera y consiga mi licencia de piloto, tendré más tiempo para ti”.Pero entonces ocurrió algo, un golpe de suerte que yo jamás hubiera imaginado: fui seleccionada entre otros mil aspirantes a conquistador del universo para realizar un programa de entrenamiento de un año dirigido por Johnson Space Center, en Houston.

J***** tardó tres semanas en mudarse a mi piso, y tardó otras tres en abandonarlo, llevándose con él todas sus pertenencias y cuatro años de mi vida. Si he de ser sincera, lo pasé muy mal la primera semana. Después, los preparativos para mi marcha a Houston me abrumaron y poco, a poco, el dolor dio paso a la felicidad. Aún echaba de menos a J*****, pero era consciente de que estaba viviendo mi sueño, un sueño que estaba al alcance de muy pocos. Ya solo me encontraba a un paso del cosmos.

Un año después, di ese paso: llegó el momento de mi primer vuelo con una plantilla de ocho personas, entre las cuales yo era la más joven y la única mujer. Tras doce meses preparándome para las durísimas condiciones de la vida a bordo de una aeronave, ahora tenía la oportunidad de vivirlo en el espacio. Lo había conseguido, y fue increíble. Por primera vez pude contemplar lo que durante diecinueve años solo había contemplado en sueños, la Tierra, nuestra Tierra, desde el espacio. Fue a la vez hermoso y aterrador. Los continentes, los océanos de turquesa, la gran muralla china… Las manos me temblaban, apenas podía hablar, y de haber podido no hubiera sabido qué decir.

Entonces, como quien no quiere la cosa, algo pasó delante de mis ojos: una margarita. Sí, una margarita medio deshojada, flotando en la ingravidez de la cabina. Sólo Dios sabe como pudo colarse antes de despegar. Justo entonces, una masa de nubes se abrió y pude ver mi país. No pude evitarlo. Mi primer pensamiento fue: “J***** está ahí abajo. Y yo no estoy con él; realmente, nunca llegué a estarlo”.

“Mírala, está llorando la muy boba” oí, como comentaba, con mofa, el comandante a otro tripulante mientras yo contemplaba mis sueños humanos desvanecerse desde lo más alto del firmamento.

Todos tenemos nuestro lugar en la Tierra. Lo importante es saber reconocerlo a tiempo de luchar por él. En la Edad de Piedra, cuando no existía la rueda y vivíamos en cavernas sin cocinar nuestros alimentos, el universo estaba al alcance de cualquiera. Pero en una sociedad avanzada, con televisión, Internet, aeronaves y todo lo que cualquier persona podría soñar, ése fue mi precio por tener las estrellas.


Escribí este relato hace tres o cuatro años; desde entonces moraba aburrido en un documento de Word, hasta que ésta noche decidí rescatarlo del olvido y compartirlo con vosotros. Espero que os guste.

Y mi lugar en la Tierra...¿dónde estará? ¿...lo sabré algún día?

sábado, 8 de marzo de 2008

Aprendiz de alquimista


Y ya que hablamos de leyendas, de épocas y lugares en los que las explicaciones y los motivos racionales no se encontraban tan sobreestimados como en estos tiempos; en los que cualquier elemento desconocido del entorno tan sólo podía ser atribuido a ese concepto tan increíble y a la vez cotidiano como es la Magia; al pensar en todo eso, me viene a la mente... una antigua práctica muy común tanto en el Egipto y la Grecia de la Edad Antigua, como en países musulmanes y europeos del medievo: la alquimia.

Mezcla de ciencia y espiritualidad, perseguidos la mayoría de las veces sus seguidores por la fe dominante en su nación (es lo que tiene la intolerancia, qué le vamos a hacer)la alquimia iba más allá del simple afán de experimentación, ni de los hechizos de tres al cuarto de la mayoría de los que, hoy en día y en muchas épocas, dicen llamarse magos. Los alquimistas, a través de las leyes de la química y del alma humana (curiosa mezcla; ¿a alguien se le ha ocurrido alguna vez que el alma pudiera ser un ente químico?) pretendían encontrar soluciones para los grandes males que aquejaban, aquejan, y aquejarán al mundo mientras éste exista y existamos nosotros en él: la codicia (transformación de metales innobles en metales nobles), las enfermedades incurables e, incluso, la muerte...

Tranquilo el que piense que a continuación voy a intentar hacer apología de la hechicería como práctica o incluso como religión. Tampoco me propongo ponerme a buscar, a estas alturas ya, la piedra filosofal (Nicolás Flamel ya lo intentó bastante, el pobre). No, lo que a mí me gustaría plantear es que, si bien no me atrevo a garantizar los resultados de los antiguos alquimistas, hay otro tipo de alquimia que sí se puede llevar a cabo. Y ésa sí que depende exclusivamente del alma, de nuestra alma (espíritu, corazón, yo intrínseco, cómo queráis llamarlo). De acuerdo, no se puede cambiar la naturaleza química de los elementos, pero ¿y cambiar la naturaleza de nuestras emociones? ¿Cuando tornamos nuestras emociones negativas en positivas, ya sea compartiéndolas, canalizándolas de alguna forma o incluso dándoles la vuelta para ver su lado esperanzador, no se puede decir que estamos haciendo magia? Y aunque esté más que claro que es imposible vivir para siempre, ¿que me decís de los artistas? ¿Quién dice que al leer una obra, por ejemplo, de Shakespeare, y sentir las mismas emociones que posiblemente sintió al escribirla y que todas las generaciones siguientes a él han sentido y sentirán cada vez que la lean... quién dice que eso no es una forma de inmortalidad?

En fin, que a partir de esta noche, y al margen de mi verdadera profesión (que tiene mucho, mucho más de ciencia que de alma) me propongo practicar en la medida de mis posibilidades ÉSE tipo de alquimia, ese tipo de magia que está al alcance de todo el que se lo proponga, y que es tan natural y necesaria como el aire que respiramos. si además cuento con ayuda, pues mejor.

domingo, 2 de marzo de 2008

¿Y por qué este título?


Cuenta una antigua leyenda que, en todo el año, existe una sola noche mágica, una noche en que hasta lo habitualmente inerte cobra vida, y las mismísimas piedras se animan a abandonar el lugar donde el azar o los elementos las depositaron para convertirse en seres capaces de desplazarse, pensar... y sentir. Consideradlo por unos momentos... ¿no debe ser maravilloso una noche en que las leyes del frío mundo en que vivimos dejan de existir como tales, y lo hasta entonces imposible comienza a acercarse peligrosa y deliciosamente, no sólo a lo posible, sino también a lo probable?
¿Una noche en que los sueños caminan por su propio pie y las duendes te susurran al oído secretos que nadie conoce? ¿Qué pasaría si todas las noches fueran como la Noche de las Piedras...merece la pena intentarlo, no?