miércoles, 21 de enero de 2009

Noche de Mar


Me asomé levemente a la noche, que me refrescaba el rostro con su brisa de salvaje libertad… y sin pensarlo dos veces, me quite mi disfraz de viajera cansada y salí a su encuentro.


Me dolían los pies de estar todo el día caminando, me dolían los oídos de escuchar a los guías, a mis compañeros de viaje, cada uno con su historia y sus manías particulares… me dolía el corazón de pensar en lo que tenía, aún medio deshecho, a miles de kilómetros de allí… a millones de kilómetros de lo que yo era, de lo que sentía… pero era algo que llevaba conmigo constantemente, como si no hubiera recorrido ni un milímetro de camino: era la pesada carga que yo misma me había impuesto sin saber por qué, y que aún tardaría mucho en dejar atrás.


Pero en ése momento era totalmente libre, no tenía que responder ante nada ni ante nadie… nadie podía quitarme los deseos que pensaba formular a las estrellas. La noche era mía, el mar también. “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña deberá ir a Mahoma”… y si durante el día, con todas aquellas cosas por recorrer y todos aquellos senderos por ver, no había tiempo para bañarse en la playa, debería esperar a que la noche me ocultara, como una amiga que miente por ti cuando te escabulles a encontrarte con tu amante…


Y, efectivamente, a tan sólo unos metros del hotel me esperaba ansioso el Adriático, me susurraba cómplice, prometiendo acunarme con su arrullo y hacerme cosquillas en el centro mismo del alma si me acercaba un poquito, tan sólo un poquito más…


Durante el día me había fascinado éste mar desconocido por mí hasta entonces… tan turquesa y, a la vez, tan transparente, como unos ojos en los que gustosamente te perderías, quizá para siempre… Sin embargo, ahora me mostraba una cara completamente distinta de su ser; a medida que me acercaba, pareciera que dejaba de mostrarse amistoso para simplemente rechazarme, tornarse inhóspito, temeroso de una intimidad de la que yo era invasora. Sus ojos también eran distintos: ahora eran oscuros, insondables, eternos… probablemente unos ojos así no te volverían loca de amor nada más mirarlos y, sin embargo, bastarían unos segundos de contemplarlos fijamente para sentir que podían, no tan sólo perderte, sino atraparte, esclavizarte hasta robarte el alma y, con ella, sus más oscuros secretos...


Ahora aún me atraía más un baño en el mar, a pesar del frío, a pesar de las piedras que me taladraban los pies a medida que me adentraba. Pero una vez me hube acostumbrado a todo eso, pude ser consciente de que no era una extraña ni una invasora en esas aguas; al contrario, parecían recibirme y mecerme como si nunca hubiéramos estado separadas. El mar no me repelía… simplemente, en la oscuridad de la noche y viendo que me tenía en sus redes, había decidido hacerse un poco el difícil… ahora ya le tenía, ahora él me tenía, y me acunaba en sus olas mientras yo miraba a las estrellas, feliz considerando que me encontraba a años luz de lo que dejé tan lejos, a una distancia de miles de kilómetros.


Entonces miré hacia arriba. Miré y casi trago un litro de agua de mar (¡agua de ojos oscuros!) del susto que me llevé. Le reconocí en el instante en que le vi. Qué digo, le reconocí un instante antes de verle, pero sólo cuando pude enfocar la vista constaté que era él. Sí, lo era, no estaba alucinando: su silueta, la ropa que llevaba aquel día durante la excursión… no pude intuir su rostro ni su mirada, pero sí intuí su deseo, candente como la pícara luciérnaga de su cigarro encendido… y que ahora colgaba indolente de su mano, casi enfurruñado porque su dueño se había olvidado de él.


Mi primera reacción fue de miedo… ¿qué hace aquí a estas horas? ¿me ha seguido? ¡¿no se le ocurrirá bajar aquí!? ¡¿¡… y si no se le ocurre bajar aquí!? Poco a poco el miedo se fue tornando en algo inexplicable, más fuerte, más intenso y a la vez, más digno de temer. Me sentí halagada y, por qué no decirlo, excitada al verlo allí de pie, observándome en el silencio de la noche… sabiendo que mientras yo escapaba del hotel a refugiarme en el vaivén de las olas, él se escapaba tras de mí a refugiarse en mi imagen… confirmando lo que los dos sa bíamos y jamás llegaríamos a decirnos.


No bajó a la playa, como era de esperar. Después del primer instante de confusión, yo decidí obviar que le había visto y seguir con mi baño nocturno como si nada, aunque ya todo fuera diferente, aunque a partir de entonces fuera consciente en todo momento de sus ojos sobre mí… cuando finalmente me atreví, tras una decena de minutos al menos, a volver a levantar la vista, su imagen se había esfumado del pequeño acantilado. Casi parecía que todo hubiera sido producto de mi imaginación, sino fuera porque esta, aunque fértil, jamás había elucubrado nada parecido al maremoto de sensaciones que, como olas, vinieron a mí en ese instante.


Cuando lo encontré de nuevo a la mañana siguiente, llevando, como yo, sus maletas al autobús, todo parecía normal; pareciera que la noche anterior hubiera sido realmente un sueño. Sin embargo, ya no me atrevía a mirarle, me atemorizaba hablar con él, y no sólo porque me hubiera visto bañándome en el mar de madrugada; sabía que no necesitaba observar sus ojos negros, insondables, de oscuridad salada y húmeda, para sentir que podía robarme el alma… mi alma, actuando por cuenta propia como suele hacer en ocasiones con innata rebeldía, ya había decidido pertenecerle casi desde el primer momento, sin importar qué secretos pudiera revelarle, sin importar los miles de kilómetros que en unos días, irremediablemente, nos separarían.


Y pocos días más tarde, irremediablemente, miles de kilómetros nos separaron. Suerte que aún me queda el recuerdo de esos minutos de mar que compartimos, y de cómo sus ojos de noche me mecían dentro de ellos cada vez que me miraban.

domingo, 11 de enero de 2009

Mi Voz Dormida

A veces pienso que he estado dormida durante muchísimo tiempo.


Es curioso, porque mucha gente asocia el sueño con paz, sábanas revueltas y deseos insconscientes que salen a la luz como chiquillos alborotados en un patio de colegio.


Pero el sueño puede significar muchas más cosas… como tus más oscuros miedos al descubierto, aprisionándote… puedes revivir situaciones de tu pasado con mucho más terror de lo que alguna vez tuvieron; puede ser un perro negro, enorme, aterrador, siguiéndote a dondequiera que vas sin que nunca sepas cuándo te atacará… puede ser una pesadilla sin fin, sin saber, perdida en la inconsciencia cómo estás, que nada de lo que te oprime es real y que reside en tu voluntad girarte hacia la luz y despertar.


También puede significar perder el contacto con el mundo que te rodea, el interés en todo lo que alguna vez te hizo sentirte viva; y perder la noción de tí misma, no prestar más atención que a lo que tus ojos están dispuestos a ver. Esperar siempre el final de un día asfixiante que promete convertirse en el comienzo de otro día asfixiante… hasta que empiezas a dejar de notar el paso de los días, de las personas que olvidas en el camino, de la juventud que se escapa sin pedir permiso…


Y sí, ahora que lo pienso bien, creo que sí he estado dormida. Tan dormida que a veces ni siquiera sé cuántos años tengo. Tanto que me sorprende cuánto ha cambiado el mundo mientras yo me empeñaba en no formar parte de él, que me indigna ver cómo todos han cambiado y ahora son adultos, o lo pretenden, mientras yo me conformaría con mis deseos de niña, con reír, con experimentar, con quemar la noche hasta que no queden ni las cenizas… porque yo no estaba ahí mientras los demás hacían todo eso...


Incluso a veces me sorprendo de cómo soy, de cómo sé demasiado de algunos aspectos de la vida y demasiado poco de otros… Sin embargo, he de pensar que es lógico, que acabo de despertar de un largo sueño y apenas si estoy reconociendo los contornos de mi hogar, del mundo, de mí misma, de todo lo que una vez olvidé.


Todo irá mejor ahora que poco a poco he acabado de despertar. Ahora que puedo volver a recordar quién soy, a zarandear los sueños que dejé olvidados en mi mesilla de noche, y que con este tiempo han acumulado tanto polvo, los pobres… sin embargo, están como nuevos, me han esperado todo este tiempo porque ellos, con la sabiduría de las cosas intangibles, sabían que algún día volvería... aún cuando ni yo misma estaba segura.


Ahora que comprendo y saboreo la vida después de tantos años de sólo intuirla; ahora que mi perro negro es incapaz ya de perseguirme por más tiempo… ahora que ya no siento miedo, porque lo peor pasó y he sobrevivido, y aunque lleguen otros tiempos y me queden nuevas batallas… no me preocupa demasiado, porque sé que estoy despierta, consciente del mundo a mi alrededor y de lo que puedo lograr en él.


Ahora, por fin, me siento capaz de cambiar mi destino. Y merezco celebrarlo, porque me ha costado mucho llegar hasta aquí.