lunes, 2 de noviembre de 2009

La noche perfecta


La penumbra se escondía en cada rincón de la habitación, aguardando su momento. Los rayos moribundos de luz apenas acertaban a iluminar las sábanas retorcidas y, con suerte, algún vestigio de nuestros cuerpos. Nuestras ropas, como animales perezosos, dormitaban sobre las losas de mármol, acurrucadas unas sobre otras buscando el calor que les faltaba.


Yo, para no ser menos, intentaba también quedarme dormida… pero no era capaz. Tal vez fuera porque tus ojos fijos en mi rostro me quemaban sobre mis párpados y me hacían imposible descansar, como si algo parecido al pudor me asaltara en ése punto exacto de la medianoche. Por lo que comencé a enlentecer y profundizar mi respiración, haciendo ver que el sueño me invadía.


Entonces noté un leve roce. Empezaste a recorrer mi rostro con las yemas de tus dedos, de una forma suave y parsimoniosa, casi con reverencia. Lentamente me sobrevolabas con tus manos, aprendiéndote paso a paso las curvas de mi rostro, de la misma forma en que los ciegos aprender a ver a través de su eterna oscuridad.


Después me besaste, pero no como de costumbre; más bien fue una cosquilla furtiva, parecido al roce de las alas de un pájaro sobre mis labios, que como el resto de mí, se encontraban cada vez más lejos del sueño con cada caricia tuya.


Pero tú no lo sabías… y decidiste bajar tus defensas, mostrarte tal como eras, en el preciso momento en que pensabas que no podía observarte. Sin tu escudo particular –que no es tan distinto del que todos llevamos- parecías vulnerable, indefenso, y yo apenas te conocía.


Entonces comencé a parpadear, a revolverme mientras bostezaba, fingiendo despertar… y mediante alguna especie de alquimia grotesca, volviste, en unos segundos, a ser el de siempre; áquel del que yo creía saber tanto.


Me complace haber descubierto ésa faceta de ti, aunque fuera de forma tan breve, pues me ayudó a comprender muchas cosas que sucedieron semanas después; y sobre todo, a comprenderte a ti y los motivos por los que las hacías. Pero también me alegro de que no fueras así todo el tiempo que estuvimos juntos.


Porque entonces, seguramente me hubiera costado mucho más separarme de ti y continuar con mi vida.