domingo, 15 de febrero de 2009

Momentos de Luz



Todo parece más sencillo y más cercano cuando eres un niño. La fantasía no te resulta extraña; al fin y al cabo, es tu compañera de juegos. Convives con el misterio día tras día, ya que te encuentras en el vestíbulo de la vida y ésta tiene aún mucho que te parece curioso, divertido y enigmático. Como un juego. Los límites entre la realidad y la imaginación se hallan todavía deliciosamente difusos, deshilachados; y la cotidianidad, por tanto, tiene el vivo colorido de los sueños. Y los sueños, juguetones, se disfrazan de cotidianidad, como niños fingiendo que son mayores, aunque a veces los zapatos demasiado grandes de los adultos les hagan dar un traspiés que, sin embargo, pronto queda relegado al olvido.


Así mismo, la puerta al mundo de la magia y la fantasía se encuentra aún entornada, accesible, conteniendo apenas toda su luz. Sin candados, sin secretos. Sin prejuicios. Porque soñar en la infancia es algo natural, nadie espera que a tu edad hagas otra cosa, nadie te pide que pongas los pies en el suelo –no por el momento-, que seas de forma distinta a cómo realmente eres, que finjas, que aparques lo que sientes en deferencia a lo que todos consideran tu deber.


Luego te haces mayor, no mucho mayor, y te olvidas de esa puerta mágica que te puede hacer invencible con sólo cruzarla. O de los cuentos de hadas que escribías en un cuaderno de hojas a rayas, para que no se tuerzan los renglones, y con pequeños guiones separando cada palabra de la siguiente ¡¡no vaya a ser que confraternicen demasiado entre ellas!! Parece que todo acaba, que no queda más que la pura y cruda realidad, más pura y más cruda con cada año que pasa, y menos parecida a lo que había detrás de aquella puerta encantada.


Y cuantos más años pasan, más aprendes, pero menos sabes. Te ves obligada a convivir con certezas que no te gusta reconocer; y al mismo tiempo olvidas muchísimas otras cosas, cosas que intuyes que eran importantes, pero como ya no las recuerdas, no aciertas a saberlo con seguridad. Y notas que te falta algo, que hay un vacío donde antes había… otra cosa, pero por más que buscas no encuentras lo que pudo ser que un día te aportó tanta felicidad.


De pronto, sucede el milagro. Una tarde, visitas un pueblo para ver a unos antiguos familiares. Paseas por sus calles, que en principio no reconoces, y te sientes extrañamente bien, como si regresaras a casa. Entonces ves un antiguo castillo, majestuoso, como recién salido de un cuento de hadas… y caes en la cuenta de por qué es todo tan familiar, y a la vez, tan mágico. Porque ése castillo fue realmente parte de un cuento de hadas, del que habitaba tu mente de siete, ocho, o quizás incluso nueve años, la última vez que visitaste ése pueblo. Y por eso te sientes bien al estar en sus calles, porque cuando lo visitaste no eras simplemente una niña de ocho años que se dirigía a ver la cabalgata de los Reyes Magos con sus tíos y sus primos… no señor, eras una princesa que hacía de aquel antiguo castillo su morada y que planeaba una vida entera donde la magia se entretejía con el frío viento de principios de Enero, y donde todos los días eran como la víspera de Reyes, sin saber qué hermosos regalos te esperaban al abrir los ojos en el siguiente amanecer.


A partir de ése momento en que todo queda unido, ya no te importa cómo la vida te enseñó a distinguir claramente entre sueños y realidad, distinción que en un día de furia te llevara a echar el candado a tu puerta mágica y olvidarla. Porque en el instante en que vuelven a ti, comprendes que no por ser distintos deben estar separados, ni ser incompatibles. Es en ese instante en que entiendes qué era lo que rellenaba ése vacío que tanta desazón te causaba… y que los sueños no sólo son una parte de la vida, sino que se hallan superpuestos a ella como hermosos bordados que la realzan, y la hacen más bella… de lo que alguna vez llegó a ser tan sólo con la cruda y pura realidad.


Son esos momentos de luz, en los que comprendes tanto con tan poco, los que hacen que la vida merezca la pena ser vivida. Y aunque lleguen desde las rendijas de la puerta que un día decidiste cerrar, a veces te inspiran lo bastante como para reabrirla; y para abrir muchas otras puertas, y ventanas, y hasta claraboyas en el techo de tu alma que hagan que todo parezca más brillante, más nuevo; y para que las telarañas de los rincones vuelen para siempre y nunca vuelvan a habitar en ti.


Y, finalmente, esos momentos de luz conspiran con iluminar tu camino para siempre.

domingo, 1 de febrero de 2009

En la Cuerda Floja


Ya queda poco para la primavera, para el renacimiento de la vida. Resulta irónico por tanto que ahora me sienta como una hoja seca en otoño, a merced de los elementos. Y ni siquiera sé si esto el culpa del viento que me balancea, y que cuando se canse de mi, se limitará a depositarme en el lugar más insospechado. O tal vez el culpable sea el frío, que me ha arrojado del árbol al que durante tanto tiempo pertenecí; aunque al ser éste el único que había conocido, ni siquiera sepa si me encontraba a gusto en él…


Lo peor que podemos hacer los seres humanos es dar algo por sentado. Pensar que cualquier cosa en esta vida puede ser segura ¡vaya estupidez! cuando lo único seguro a nuestro alrededor es la incertidumbre, ésa en la que con tanto miedo me sumerjo, aunque una vez la considerara mi amiga… Sí, hubo una época en que no saber en absoluto que sería de mí al cabo de un mes o un año me resultaba extrañamente estimulante, como si todo estuviera aún por escribir, como si a la vuelta de cada esquina pudiera esperarme todo aquello con lo que siempre soñé –y que ni yo misma sabría definir-.


Ahora es el momento, ahora debo recordar lo que el tiempo me enseñó a olvidar.


Ahora, ante mí, un camino desierto… que no lleva a ninguna parte, por lo que me han dicho; o quizás, si me adentro en él, descubra de pronto que lleva a todos los lugares a los que desee ir. También es cierto que no se debe creer todo lo que dicen; y que a veces los caminos menos recorridos suelen ser los más interesantes, a pesar de las raíces sueltas con las que puedes tropezarte y caer. Ahora que lo pienso, ya puestos a sumergirse en mi antigua aliada la incertidumbre, podría hacerlo hasta el fondo, hasta perder pie…


Quizá no tenga ahora menos que antes. A lo mejor tengo incluso más, porque tengo todo lo que podría desear y que antes ni siquiera intentaba conseguir. Puede que tenga más porque tengo menos que perder, menos excusas para buscar mi libertad, dondequiera que ahora mismo se encuentre.


Puede ser que este mes que aún me queda por pasar en la cuerda floja no tenga por qué ser amargo, aún en el peor de los casos; y que si definitivamente caigo de mi árbol, después encuentre otros mejores, más acogedores, y de fruta más dulce … no puedo saberlo, ya que al fin y al cabo sólo conozco éste… puede que lo que más temía sea finalmente lo que me salve, y que esto, en vez del fin, sea la antesala de un nuevo principio, con más colorido y más raíces sueltas.


Después de todo, tal vez no sea tan extraño que esté sintiendo todo esto en primavera.